Y sin temer nada
Por María Eugenia Bestani - Para LA GACETA - Tucumán
El movimiento Me Too nació hace más de una década, pero recién a fines del año pasado se expandió. La pregunta no es por qué no antes, sino por qué recién ahora
Tarana Burke escuchó en silencio el testimonio de una niña de 13 años, víctima de un abuso. No pudo responder. Más tarde pensó que habría querido decirle: Me too, yo también. Ella conocía ese abismo, podría haberle entregado la ofrenda de su empatía. Esta frase no dicha en su momento, Me Too, marca la creación, por parte de Burke, de un primer movimiento, en el 2006, con el propósito de escuchar y contener a las víctimas de violencia sexual provenientes de los grupos marginalizados, afroamericanas y latinas, en los Estados Unidos.
En octubre de 2017, la actriz Alyssa Milano busca extenderlo a toda situación que involucre tanto a mujeres como a hombres, de cualquier extracción social o étnica, y exhorta a denunciar, a través de Twitter y otras redes, cada caso, para visibilizar y concientizar sobre la magnitud del flagelo. Se propone también avanzar sobre los atacantes, con el fin de quebrar el círculo de reincidencia. La lente se extiende hacia toda falta de equidad, producto de la discriminación de géneros y los vacíos legales. En nuestro país toma forma Ni Una Menos para hacer frente al elevado índice de femicidios.
A comienzos de este año, desde Hollywood, surge Time’s Up, denunciando acoso laboral y violencia sexual en la industria cinematográfica, expandiéndose luego a todo ámbito laboral, o de educación, etc. en donde el poder o la autoridad coaccione demandando la intimidad del cuerpo del más vulnerable. La respuesta fue tan abrumadora que la pregunta de por qué surge Time’s Up fue reemplazada por: “¿por qué no surgió antes?”
La vara ha caído con fuerza incluso sobre personajes talentosos y geniales, que han mostrado sus pies de barro, por decirlo de algún modo. El artista, el creador, es más que un mito luminoso al que admirar, cuántas veces su obra se alimenta de las sombras y de lo humanamente deleznable.
La contracara está en una hipersensibilidad social; el imaginario “Mujeres” es demasiado amplio. A veces es difícil demarcar un delito cuando se transita un terreno de inhibiciones, culpas y proyecciones. Algunos sienten que se ha iniciado una caza de brujas, un camino que le quita espontaneidad a la “seducción insistente”. Otras voces perciben una trampa que conduce hacia un puritanismo exacerbado, justamente ése del que el feminismo, desde sus orígenes, ha buscado desprenderse.
Visibilizar la ignominia tiene su costo; también lo tiene crear las condiciones dentro de una sociedad para desplazar a esa niña de 13 años del lugar de víctima y darle sus armas para seguir viviendo, sin temores.
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María Eugenia Bestani - Profesora de Letras.
El siglo de la mujer
Por Cecilia Martínez - Para LA GACETA - BUENOS AIRES
Un terremoto cuyo epicentro fue Hollywood, ante la acumulación de denuncias dentro de la industria del cine, sacude con fuerza a Occidente y amenaza con cambiarlo para siempre. ¿El movimiento de las placas tectónicas tendrá la duración y la intensidad suficientes para modificar estructuralmente las relaciones sociales y la cultura como las conocimos hasta hoy? ¿Será la centuria actual la era protagonizada por las mujeres? Es temprano todavía para arriesgar pero hay indicios que permiten sostener que el cambio llegó para quedarse.
La revista Time optó por cinco mujeres, denunciantes de abusos, para la emblemática tapa de diciembre que plasma a la “persona del año”. El célebre discurso de Oprah Winfrey bastó para convertirla en una potencial candidata presidencial, en claro contraste con el actual ocupante de la Casa Blanca, uno de los exponentes del viejo machismo. Las denuncias se multiplicaron alrededor del mundo y en los más diversos ámbitos. Las mujeres abusadas “salieron del closet” y la violencia de género dejó de ser el tabú que fue. Al género masculino se le notificó que se acabó el amparo del pudor, el secreto y los “códigos”. Y esto ya generó una multiplicidad de mutaciones, espontáneas o normativas, referidas a las consideraciones o el trato con el otro género. Prevenciones, cupos, igualaciones, etc.
Hay una rebelión en marcha. Simone de Beauvoir, una de las madrinas espirituales del feminismo con libros emblemáticos como El segundo sexo, advertía que la descendencia les arrebataba a las mujeres la trascendencia. Llegó la hora de iluminar adecuadamente las redes del sometimiento, que van mucho más allá de las funciones biológicas. Y, de una buena vez, ocupar el lugar que nos corresponde.
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Cecilia Martínez - Escritora
Hombres y mujeres: ¿son iguales?
Por Roberto Navarro y Jorge Estrella - Para LA GACETA - TUCUMÁN
Lo “políticamente correcto” tiende a imponerse desde una suerte de totalitarismo democrático que busca emparejar las estimaciones humanas. Y en la fluida historia actual lo políticamente correcto tiene una variabilidad notoria. Entre tanto es instrumento para profundizar grietas entre las personas.
La agresión sexual practicada por varones contra mujeres (y contra niños) es un fenómeno que degrada la condición humana y está produciendo una saludable reacción de las sociedades actuales.
La igualdad de derechos (a iguales trabajos iguales salarios, por ejemplo) se ha convertido en una justa aspiración promovida por el progreso en nuestras sociedades.
Ahora bien, ¿hasta dónde puede sostenerse la igualdad de mujeres y varones? ¿Hay acaso una simetría biopsíquica entre ambos? ¿Hay límites “naturales” que ponen tope a la reclamada igualdad?
Por lo pronto hay diferencias notorias. Puede verse a niñas de año y medio jugando con muñecas; y a varones haciéndolo con autitos o soldados guerreros. ¿Es cultural? ¿Congénito? Si es lo primero sería simple hacer este experimento: cambiar juguetes y ver qué ocurre: el resultado es previsible. Y puede verse a mujeres exaltando sus atributos sexuales (mediante minifaldas, escotes que promueven exitosamente sus atributos, o cosméticas de todo tipo, por ejemplo); en contraposición a la modesta exhibición del varón. En los trabajos pesados (la construcción, por ejemplo) escasea la presencia femenina: esa tarea es monopolizada por varones. Y llama la atención el esmero de pasarela en que parece desplazarse la mujer joven, y la pretendida “indiferencia a los efectos que produce en el sexo opuesto” (frase tomada de una vocera del Me Too).
Sin embargo se han impuesto como “políticamente correcto”, en nombre de la igualdad de los géneros macho y hembra, situaciones curiosas en la lucha de los derechos de la mujer: en elecciones de candidatos a cargos políticos suele imponerse el cupo obligatorio de un tercio de mujeres como derecho adquirido; en el tenis, las mujeres están logrando que se les pague igual que a los hombres porque tienen los mismos derechos, pero en los torneos de Gran Slam sólo juegan a tres sets y los hombres lo hacen a cinco.
¿Por qué la mujer se jubila a los 60 años y el hombre a los 65 siendo que la esperanza de vida en Argentina para la mujer es 79 y para el hombre 73 años? ¿Por qué cuando un rey está casado con una plebeya ella es reina como es el caso de la argentina Máxima Zorreguieta, reina de Holanda, y cuando una reina está casada su cónyuge no es rey?
Hechos como éstos -en nombre de la igualdad- parecen responder a aquel dicho de Orwell (Rebelión en la granja): Unos son más iguales que otros.
Disparidades
Hechos contemporáneos se encaminan en la misma dirección. El Gobierno autonómico del País Vasco quiere prohibir jugar al futbol en el patio de los colegios porque considera que territorializa con criterios de género los espacios recreativos.
Se ha vuelto común que las mujeres se desnuden para protestar. Y no tienen castigos. En cambio, si lo hiciesen varones probablemente irían presos.
En una región de Suecia se presentó el proyecto de obligar a los hombres a orinar sentados en los baños públicos. La iniciativa fue presentada por Viggo Hansen, del Partido de la Izquierda de Suecia. ¿Se pondría un inspector para controlar que se cumpla en cada baño público?
Lo “políticamente correcto” tiende a imponerse desde una suerte de totalitarismo democrático que busca emparejar las estimaciones humanas. Y en la fluida historia actual lo políticamente correcto tiene una variabilidad notoria. Entre tanto es instrumento para profundizar grietas entre las personas. Tardíamente, por ejemplo, 100 artistas francesas incluyendo a Catherine Deneuve se oponen al clima de puritanismo sexual en una carta publicada en Le Monde. En ella puede leerse: “La violación es un crimen, pero la seducción insistente o torpe no es un delito, ni la galantería una agresión machista”. Sin embargo ambas conductas arriesgan ser condenadas judicialmente, al ritmo de los tiempos.
¿Beneficia todo esto a la mujer? ¿Fomenta acaso la complementariedad entre ambos sexos? ¿No estimula más bien la competencia entre ambos? ¿No hay límites a la pretendida simetría que el nuevo sentido común pretende aplicar a hombres y mujeres?
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Jorge Estrella - Doctor en Filosofía.
Hugo Navarro - Director del Instituto de Biotecnología de la UNT.